viernes, 6 de julio de 2007

Al más puro estilo Bourdain ( I )

La idea de abrir un restaurante o ser cocinero casi siempre termina mal.
Hay muchas topologías de gilipollas que se meten en este jardín con la mejor de las intenciones.
Dejad que uno de ellos os explique un poco de que va el tema.

El afortunado, el indemnizado o el aburrido prejubilado
(Los tres pollos tienen algo en común: Pasta por alguna razón, una patética ilusión y peores amigos)

El afortunado es un loser de tres al cuarto que a base de comprar cupones y hacer quinielas, la diosa fortuna ha tenido un detalle y le premia con cuarenta o cincuenta quilitos. El afortunado puede hacer unas cuantas cosas con el dinero después de comprarse un BMW M5:

Puede montar un bar. La ecuación es simple, si pasa más de una cuarta parte de las horas del día en uno, no hay duda que este será su negocio.

Puede montar una inmobiliaria o una mercería. Necesita saber leer, escribir, usar una calculadora y llevar ropa interior. No necesariamente en este orden.

O puede montar un restaurante.
Normalmente tirar por esta opción no es más que un miraje. El afortunado va a los restaurantes que frecuenta, y no puede evitar jugar a la caja del día.

El juego es simple y altamente engañoso. Consiste en hacer una media del precio de carta comiendo una entrada, un segundo y un postre y multiplicarlo por la gente que hay en el local. Hacer eso un sábado por la noche en cualquier ciudad y en un restaurante de precio medio que trabaje, da una cifra que para nuestro pollo particular es casi pornográfica.
A la mañana siguiente el afortunado se compra el Segundamano anhelando traspasos de restaurantes en su ciudad.
La opción del restaurante aparte no deja de tener ventajas. Con este negocio puede emplear a su mujer, una hermana que esta en el paro y su marido, el hijo que no quiere estudiar y comer gratis el resto de su vida.

En el mejor de los caso el afortunado tiene suerte de verdad y sin saber cómo la cosa funciona.
En el peor de los casos, se peleará para siempre con su hijo y se divorciará de su mujer. Al cabo de un año estará sentado en la oficina del director del banco para pedir un crédito para hacer frente a las facturas y a las nóminas del personal.
Si por alguna razón este mundo es justo y después de un golpe de suerte viene un tropiezo, un inspector de trabajo aparecerá en su local y le multará porque no paga autónomos, tiene tres ecuatorianos sin papeles en la cocina y una rumana sirviendo los platos.
Hipotecará su casa y se cambiará el BMW por una Ford Transit en un último y fallido intento de supervivencia. Luego, pondrá un anuncio en el Segundamano soñando con traspasar el local.

Probablemente el lunes siguiente un tipo lo llamará para interesarse por su negocio y dos semanas después estará firmando el traspaso junto a una pareja demasiado mayor para este trabajo, vestida con sus mejores galas...

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