Sin embargo hay días de mi vida que recuerdo con precisión enfermiza. Recuerdo frases concretas de conversaciones intrascendentes, el azul del cielo y el verde del mar de un día gris o el extraño gesto de un transeúnte que se me cruzó por la calle hace años al que supersticiosamente atribuí un significado arcano
También hay ocasiones que recuerdo pero no sé con certeza si ocurrieron o las soñé. Esta es una de ellas
Viví durante tres largos años en Londres. Los primeros doce meses en un lugar llamado Bowden Court. Es un lugar distinto y difícil de clasificar. Bowden Court pertenece a la London Hostel Asociation. Una institución subvencionada con dinero público que acoge a residentes de muy diversa naturaleza. Tenemos, por ejemplo, los estudiantes asiáticos que se alojan en Bowden mientras realizan sus estudios universitarios. Hay un no muy numeroso pero relevante colectivo que vive de los subsidios de la Seguridad Social - heterogéneo conjunto de enfermos mentales más o menos agudos, mujeres maltratadas, ancianos en el límite de la indigencia y algunos parias más
El grupo más numeroso lo constituyen los aventureros que buscando fortuna, conocimientos o experiencias aterrizan en Londres y se quedan en Bowden como moscas pegadas a una tela de araña. Algunos llegan a través de agencias de viaje que sobornan a la dirección de Bowden para garantizarse la disponibilidad de habitaciones y cobran una cifra exorbitante a sus incautos clientes. Otros, acaban en Bowden de rebote tras varios intentos frustrados de obtener un alojamiento mejor. Este fué mi caso
El edificio de Bowden, en una tranquila calle cercana a Notting Hill Gate, no llama la atención del viandante cuando pasa junto a él, a no ser que el viandante sea un artista mediocre buscando un tema anodino que retratar. La planta forma una L en cuyo brazo más largo se abre la entrada principal. Tiene cuatro pisos además del entresuelo o “basement”. También tiene varios niveles de sótanos inaccesibles para el público. De ellos hablaré más adelante
Entrando en el edificio encontramos la recepción, cuyo aspecto deslucido no es más que un anticipo de lo que vamos a ver luego. Tras un cristal, oscuros individuos procedentes de los peores lugares del mundo atienden a los recién llegados. Son los miembros del “Staff”. Muchos hacen el trabajo a cambio de techo y comida, o en contados casos percibiendo un mísero estipendio. No obstante se comportan con cierta altanería, ya que se consideran una casta privilegiada dentro del inmueble. A la derecha se abre un corredor que da acceso a las habitaciones de los miembros con más rango del “Staff” (los de menor categoría habitan en el subsuelo)
A la izquierda de la recepción están ya algunas de las habitaciones destinadas a los residentes. Son las conocidas como “zero rooms”, en parte porque se hayan numeradas con placas que comienzan con dicho dígito (001, 002 003, etc.), pero principalmente haciendo referencia a la comodidad que ofrecen a sus huéspedes – a los huéspedes humanos, se entiende; las cucarachas y chinches, por el contrario, tienen allí su Shangri-la
El pasillo acaba en la esquina de la L que es la planta de Bowden Court. Es ahí donde se encuentran las escaleras principales del edificio, por las que circulan la mayoría de los residentes en su tránsito de una planta a otra, y no solo transitan, sino que a veces se sientan allí a charlar, a hablar por el móvil, o a vivir momentos íntimos con sus parejas
Descendiendo por las escaleras se llega al “basement”. Aquí se encuentran las principales dependencias de uso común: el comedor, la biblioteca, la lavandería y la sala de esparcimiento, más conocida como “TV room”. La biblioteca es más bien una sala de estudio frecuentada por unos pocos héroes, donde los únicos libros disponibles son los ejemplares extraviados o despreciados por antiguos residentes que acumulan polvo en una estantería de conglomerado
En la lavandería dos lavadoras de fichas se turnan para sistemáticamente destrozar la ropa de los bowdenianos (inevitablemente alguna de ellas está averiada). Tanto ellas como la secadora tienen la personalidad afeminada y triste de los seres que se alimentan con calcetines desparejados. A pesar del aire enrarecido y gris más de un idilio se ha fraguado alentado por el calor eléctrico de la estancia
El comedor es uno de los lugares que más honda huella dejan en los que pasan por Bowden Court. En sus mesas baratas cubiertas con manteles de hule nos alimentamos muchas veces con algo que no debería ser llamado con propiedad comida. El desayuno y la cena van incluidos en el precio de la habitación, y la dirección se esfuerza ostensiblemente por sacar el máximo rendimiento al dinero. Para ello se recurre sin rubor al reciclaje de manera que los filetes del lunes y el martes se convierten en las hamburguesas del miércoles y el jueves, y estas en las croquetas del viernes hasta que toda la materia prima es aprovechada
La hora de la cena era toda una ceremonia cotidiana. Los primeros en aparecer eran siempre los pertenecientes al colectivo de beneficiarios de la seguridad social. Había un viejo con una bizarra afección cutánea que le hacía parecer una momia. Según la leyenda permanecía en una especie de sarcófago todo el día y solo se quitaba las vendas para bajar al comedor. También era notable una australiana madura con problemas de alcoholismo y una personalidad histriónica que le llevaba a enfrentarse continuamente con los que perturbaban la paz organizando fiestas en su pasillo
La mascota de Bowden era Richard, un inglés gordo con aspecto infantil y un moderado trastorno bipolar. Su jornada de trabajo consistía en recorrer los pubs de la zona tomándose una pinta en cada uno e importunando a la parroquia con sus historias desquiciantes. La más famosa era la de las ovejas imaginarias que solo él veía pacer en Hyde Park. Siempre aparecía puntual a la hora de cenar y luego continuaba la velada en la TV room con latas de cerveza de medio litro y la compañía de los pocos que aún se reían de sus excentricidades. Lo recuerdo sentado en una butaca bebiendo, charlando y viendo el fútbol, reclinado de tal manera que su panza se alzaba más arriba que su cabeza, dándole el aspecto de un sórdido oráculo
Si la cena era una ceremonia el sacerdote que la oficiaba era el cocinero; un francés que obtuvo el puesto más por su nacionalidad que por sus conocimientos culinarios. Incluso sobre su origen galo había dudas, ya que se decía que había militado durante años en la Legión Extranjera, en la que ingresó con sabe Diós qué crímenes pesando sobre su alma, y en la que obtuvo el rango de sargento
Con dignidad castrense permanecía firmes tras el mostrador en que se servía la comida, como si defendiese una trinchera en Argelia o el Somme. Blandía la cuchara con viril y socarrón gesto de arrogancia, cómo queriendo decir: ¿La comida es una basura, verdad? ¡Pues a ver quien tiene cojones de decírmelo a la cara!
La hora de la comida era también una ocasión social. Importaba mucho con quién se sentaba uno, y la actitud durante la colación. Las bromas, la desazón o incluso la ira cundían dependiendo de si la calidad de los alimentos de la jornada era mala o peor. Los tiburones, buitres y hienas acechaban las mesas donde se sentaba alguna novata solitaria. Los grupos consolidados juntaban varias mesas hasta formar auténticos banquetes
Los grupos se formaban por nacionalidad, edad, y antigüedad en la residencia. Los novatos tendían a agruparse para protegerse, como herbívoros de la sabana. Los solitarios generalmente se mostraban ansiosos al hacer cola para la comida. Luego se dirigían dubitativos buscando una mesa como niños perdidos en unos grandes almacenes. Algunos pocos buscaban la soledad deliberadamente. Este era el caso de Siyani, mi compañero de habitación del que hablaré más tarde
Al terminar la cena los bowdenianos iban pasando a la "TV room", a fumar, hacer tertulia, socializar, y primordialmente, a planear la juega nocturna
(Continuará)
1 comentario:
Dios que cachondo¡, jeje. Yo tambien sobrevivi al bowden, a las chinches y a la "comida" que alli servian.
Ansio la segunda parte de esta historia de terror.
Un saludo.
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