viernes, 14 de noviembre de 2008

La Torre Oculta de Bowden Court (II)

Como decía, al terminar la cena, muchos residentes se pasaban del comedor a la TV Room

Los grupos que se juntaban para cenar solían permanecer juntos en la sobremesa, aunque cabían combinaciones diversas, con algunos individuos sentados y otros pululando de corro en corro en busca de su interés social, o sexual

Si el día era propicio, y solía serlo, en seguida alguien proponía animar la tertulia con ayuda de alguna bebida alcohólica

Lo cierto es que se bebía en Bowden Court, y mucho

También se consumían grandes cantidades de Cannabis Sativa, alforjas de la Erythroxylum Coca, mucha 3,4 metilendioximetanfetamina, y no poca Ketamina. En ciertos círculos no se escatimaban los Inhibidores selectivos de la recaptación de la Serotonina,ni los Antidepresivos Tricíclicos. Proliferaban los Opiaceos sobre los Opioides y puede que en un registro exhaustivo apareciera hasta algún barbitúrico trasnochado

Pero sobre todo se bebía

La cerveza constituía, según el caso, el primer plato o el plato principal del menú. El prohibitivo precio del alcohol destilado hacía a algunos decantarse por los fermentados. Litros y litros de Lambrini, un sucio vino espumoso de supuesto origen italiano, elevaban los ya de por si burbujantes espíritus de muchas residentes. No obstante los seguidores del scotch constituían el clan dominante, sin menospreciar a los bebedores de vodka y ginebra, por supuesto. El ron aparecía solo de contrabando, ya que por algún motivo ignorado el producto caribeño es tratado con despondencia en las licorerías británicas

El principal proveedor del Agua de Fuego era un badulaque cercano, regentado por un simpático aborigen del subcontinente indostánico. Tenía el don de comportarse con sus clientes bowdenianos como amigos de toda la vida. Saludaba a todo el que provenía de la residencia como si fuese casi un pariente, aunque no lo hubiese tratado en su vida. Tenía un secuaz agazapado al lado de la nevera de las cervezas que introducía la mercancía en discretas bolsas de papel cuando ya había pasado la hora legal para vender alcohol. En el mostrador se cobraba mirando hacia otro lado, y bien que le convenía al propietario, ya que los ingresos anuales generados por los alcoholicos bowdenianos superaban sin dificultades el producto interior bruto de Bangla-Desh

Las bacanales se montaban en Bowden en la TV Room, principalmente. Hubo épocas en que se utilizaba el pasillo, lo cual no era del gusto de los residentes mas sedentarios. En las habitaciones siempre hubo fiestecillas más privadas , que por lo general degeneraban en orgías, y algún fiestón de mayores ambiciones que solía terminar como el rosario de la aurora. La temporada de verano propiciaba fiestas al aire libre, organizadas sin pudor en el pequeño jardincito a la entrada de la cercana Iglesia local. Pero sin duda el lugar paradigmático, casi oficial, para beber en Bowden era la TV Room.

Tras algunos tragos los tensos lazos que por lo general sustentaban el complicado aparejo social de la residencia tendían a aflojarse. Así se podía ver cómo aumentaban de tamaño los grupos, hasta que llegaban reunirse temibles hordas de bebedores que a plena luz del día habrían encontrado dificultades para ver los motivos que les hacían permanecer en semejante compañía

Tampoco se cometían aberraciones sociales, cierto es. Los parias seguían siendo parias sin importar cuanto líquido estimulante hubiese bajado por los gaznates. Si se aceptaba a alguno en el grupo era simplemente para animar la velada riendose de él. No era raro ver a un par de docenas de juerguistas festejando animadamente mientras algún solitario recalcitrante se obstinaba todavía en ver la televisión

Si la noche era propicia, y esto tampoco era raro, llegaba un punto en que la fiesta se trasladaba a algún local nocturno de la ciudad. La comitiva embarcaba en buses o en el metro en dirección al lugar correspondiente. Cada día de la semana correspondía acudir a un lugar distinto

Los lunes era habitual acercarse al Walkabout de Shaftesbury Avenue, donde se servian pintas y copas de 25 ml al modico precio de una libra esternila. Los más bohemoios acudían a veces al Ain´t nothing but Blues Bar, donde se organizaban jam session. Los martes correspondía el Sports Café, una discoteca repleta de pantallas de televisión donde se mostraban eventos deportivos a los que nadie hacía caso. Los miercoles eran jornadas de transición, aunque algún kamikaze volvía al Walkabout o a cualquier sitio que estuviese abierto. Los jueves de verano se frecuentaba el Roof Gardens, donde yo trabajaba. Los viernes y los sábados el abanico se abría mucho, y según el caso se podía ir al Fabric, al Zoo, a algún bar de Shoreditch, o al Koko´s, en Mornington Crescent, cerca de Camden, donde tocaban bandas en directo. Mi gusto me orientaba a alguna discoteca del Goodsway de King´s Cross, a donde intentaba a menudo arrastrar a los más valientes, e incluso, si los ánimos estaban exaltados, fatigabamos las frias calles londinenses tras la pista de alguna oscura rave clandestina

El viaje, lejos de constituir un anticlimax, era una fase más del proceso de intoxicación. Esto implicaba riesgos evidentes para el físico de la comitiva. Alguno estuvo a punto de ser despedazado al quedarse atrapado en la puerta de un vagón del underground. Yo mismo estuve a punto de perecer en un par de ocasiones intentando ejecutar arriesgados malabarismos mas adecuados para un circo de tres pistas que para un medio de transporte público

En ocasiones llegar al destino era difícil. No bastaba con un autobus, sino que era necesario hacer transbordo. En estas ocasiones la troupe se disgregaba, y muchos cobardes flaqueaban y volvian por donde habían venido. Esto constituía para mi un motivo especial para seguir adelante, y recuerdo un par de noches épicas en las que un puñado de valientes nos coronamos con la gloria al llegar al garito de nuestros sueños tras una larga y dura odisea

Lo cierto es que no faltaban acomodaticios que, despreciando los elevados retos de la aventura nocturna londinense, prefiriendo conformarse con anodinos y baratos antros destinados al viajero español más cerril y carpeto-vetonico. Estos eran tres: La Caña de España, El Pepe´s y El Quixote

Pero la noche que empezó esta historia el destino no nos condujo niguno de estos anodinos agujeros. No. Aquella noche fuimos al Heaven