martes, 1 de julio de 2008

Decisiones, retornos, turbantes

El Domingo (domingo+Eurocopa=Domingo), a las 12 de la noche por un retraso de mi avión, yo volvía de Londres.
Volví arrastrándonos a mí y a mi maleta por todo Madrid, cruzándome con miles de seres vestidos de rojo metidos en fuentes, con trenes de metro pitando, coches de la policía ululando, guiris bailando yo-soy-epañó-epañó-epañó (me contó un amigo que en Lavapiés 300 cameruneses fueron bailando con tambores hasta Sol) .
Llegué a mi casa y me pude beber una Cruzcampo fresquita después de un fin de semana bebiendo pintas en pubs donde todos los periódicos ingleses decían que ojalá ganara España. En esos pubs del Soho donde Jose nos llevaba tratando de que aprovecháramos un poco el tiempo que nosotros tirábamos jugando a las cuatro esquinas entre Bowden, Portobello, el Pub y el Quixote's.
El tiempo se derramó también este fin de semana y antes de darnos cuenta el viernes saltó al domingo pasando por encima de un sábado noche que yo había planeado con salida por Old Street y Stoke Newington y en lugar de eso acabó en un garito en zona 35 aprox con una panda de indeseables que deben haber vivido en la Bowden en algún universo paralelo y comprobé una vez más que los planes son un error, como dar dinero al grupo de teatro.
Y todo ese tiempo pensaba en decisiones erróneas, como haber vuelto, porque nos quedamos a dormir en Greenwich, en casa de un amigo terciario, violinista emigrado allá hace siete años y de esos que ya no volverán y que te hacen preguntarte porqué volviste tú y si hiciste lo correcto. Acabó todo demasiado rápido, pasé por Marble Arch camino de Paddington y recordé cuando me quedé por ahí en un hotel, al que yo trataba de volver después de muchos Teacher's. Aún puedo ver a Jose tratando de montarme en un taxi que se negaba a arrancar si yo no conseguía pronunciar la direción correctamente, mientras Martín y un arbol...
Me monté en el avión, que tras bamboleante carrera por nuestra parte porque llegábamos tarde, despegó con dos horas de retraso, a la misma hora en que comenzaba el partido.
Viajé con la cabeza aún sintiendo el cesped de St. James Park a la hora de la siesta, y pensando de nuevo en decisiones de retorno erróneas, y que Londres, si le quitas el pollo 10 veces por semana no debe ser un lugar tan malo para vivir cinco añitos.
Volvía pensando que un fin de semana, al menos, bien merece perderse una Eurocopa que probáblemente íbamos a perder cuando el comandante, digo yo que con sentimiento de culpa por el retraso y saltándose todas las normas internacionales de vuelo, conectó la radio a la megafonía del avión cuando vió que "El niño" rompía la barrera del sonido y de los alemanes.
Entonces sonó el gol por los altavoces de todo el avión, mientras los españoles ni nos preguntábamos qué había pasado, sino que nos poníamos a gritar, a levantar los brazos, mirando a los desconocidos como a viejos amigos y sonriéndonos como idiotas entre unos cuantos japoneses e indios con turbante que miraban con cara mezcla de desconcierto y cabreo sin enterarse de nada.
Respiré con alivio pensando en decisiones correctas, como volver. Al fin y al cabo, no nos engañemos, en la Brittish esto nunca habría pasado...